En
tiempos de la revolución cristera había bandas de ladrones que tenían asoleada
a las rancherías que hay rumbo a la costa, no eran ranchos grandes a veces era
una sola casa y le ponían nombre que San Diego, Agua Caliente, El Paraíso, Las
piñas y otros. En este último vivía un hombre llamado Paulino Sendis Esparza
que se fue a vivir con su familia al bosque, tenía varios hijos e hijas había
otros ranchos de tres o cuatro casas aquí y allá.
Estaban
cansados de que a cada rato llegaban a robarles una u otra banda que a veces se
decían ser revolucionarios, otras cristeros y no eran ni una cosa ni otra, eran
sencillamente ladrones. Paulino, como otros padres de familia, les preocupaba
porque tenían hijas y estos bandoleros también robaban muchachas. Una vez se
robaron a una muchacha llamada Rufina Peña, había ido de visita a Zapotán y de
ahí se la raptaron. Había un capitán que ahorita no me acuerdo de su nombre,
pero se le conocía como El Soto, este era un apodo. Había un hombre llamado
Paulino Sendis, era ranchero, su destino era criar ganado, era primo hermano de
la madre de Don Eutiquio Salcedo, el herrero. Se fue a vivir a un rancho en la
selva le puso de nombre Las Piñas; en tiempo de secas llevaba el ganado a otro
rancho y en tiempos de aguas a otro, así vivía de un rancho al otro. Tenía
varias hijas y tenía desconfianza de que de un momento a otro se llevaran a
alguna de ellas y pues uno de padres cuida uno a sus hijos, cuando están chicos
requieren de unos cuidados y cuando están grandes pues requieren de otros.
Una
vez Don Paulino vino a Mascota para hablar con las autoridades y pedir su
ayuda, le dijeron que el gobierno ya estaba cansado de combatir a los
revolucionarios que no le podían ayudar, entonces les preguntó ¿Quiere decir
que si yo hago algo para con ellos no me van a castigar? “No, no se te va a
castigar”. Por ahí estaba escuchando Don Ismael Gil, un hombre que había sido
rico latifundista de aquí de Mascota, era dueño de la Hcienda de Tecoani, de la
Hacienda de Cabos, de San Andrés Chacuaqueña, San Juanito; por acá por la selva
El Carrizo, el portesuelo del llano de
San Nicolás cerquita está Cuahupinole,y bajando de ahí ya está El
Pitillal y de ahí Puerto Vallarta. “Yo te ayudo Paulino, ¿que arma tienes?”
Paulino tenía un chispón, era una arma de las primeras que empezaron a salir
que había que meterles “taco” decían después se le metía la pólvora, por último
las postas, se repetía esto cada vez que se hacía un disparo. En el rancho del
Mosco juntó a doce hombres entre ellos a Germán Salcedo, Aurelio Esparza, Pedro
Santana, Pablo Flores, José María Peña hermano de Rufina Peña que ya traían
ellos por allá. En el camino los alcanzó un joven que estaba de visita en
Zapotán, pero Paulino no lo quería aceptar porque era muy joven el muchacho le
dijo que tenía su 30-30 y algo de parque que su edad no importaba que lo dejara
unirse a ellos. No era el número que él hubiera querido tener, por ahí les
consiguió carabinas 30-30 que para entonces era lo más moderno que había.
Aquel
grupo armado llegó cerca del rancho de
San Diego lugar en que estaban acampados los cristeros y Paulino, a Germán
Salcedo, le arregló una maleta con un poco de ropa y una manita de plátanos y
le dijo que el grupo iba a arreglar un sitio en el arrollo de La Coronilla, el
arrollo estaba seco sólo en temporal de aguas se llenaba y corría, su misión
sería llevar a los enemigos a ese lugar, de pronto iban a marcarle el alto para
preguntarle quien era , que quería y que andaba haciendo por ahí les
contestarás que vienes de Vallarta, que le ganaste la delantera al ejército del
gobierno que son muchos bien armados que te desviaste por desconfianza a que te
fueran a hacer algo o a levantarte para unirte como soldado de ellos, te van a
preguntar si conoces todos estos cerros
les dices que sí.
Como
fue. El jefe de los cristeros lo amenazó obligándolo a que los llevara a un
lugarseguro para ellos en donde no pudiera verlos el ejército, tú les
contestas que sí, por el arrollo de La Coronilla de ahí seguirían al rancho del Chino y por ahí no darían con
ustedes. Rápido se movieron nada tontos le preguntaron a Rufina si conocía a
ese hombre, ella les contestó afirmativamente diciéndoles que era del Mosco.
Paulino no hizo un campamento lo suficientemente grande pues era poca su gente.
A un lado y otro cavó fortines y acomodó a su gente y les dijo que nadie
hiciera fuego, hasta que entrara el último de los cristeros y él iba a iniciar
los disparos. En los fortines los acomodó de dos en dos, cuando el enemigo
entró todavía no pasaban todos cuando empezaron a disparar antes de que Paulino
lo hiciera. Adelante iba el capitán con Rufina, atrás de ellos el Soto, Paulino
platicaba que él estaba parapetado atrás del tronco de un árbol que se llama
capomo, en eso se levanta el Soto y gritó “salga a pelear conmigo el más
hombre,” él estaba a campo raso y pues a Paulino le vino el saco y salió para
hacerse visible, se dispararon los dos y los dos se jerraron. Platicaba que a
la hora de la hora le dio miedito porque al saber que se estaba midiendo con un
revolucionario que se sabía que no le entraban las balas o no le atinaban, pues
se dispararon más veces y que se lo echó a la lona. Fueron pocos los que
mataron, no llegaron a diez, los otros huyeron. Rufina seguramente ya se había
encariñado con aquel hombre porque su hermano le gritaba que se quedara y no
hacía caso entonces le empezaron a tirar al caballo en que iba, cayó el
caballo, pero ella se subió en el que iba el capitán. Después se supo que
andaba por California, vivió muchos años, murió
ancianita. Después del encuentro entre todos juntaron barañas y leña,
apilaron a los muertos y los quemaron.
Se
vinieron a Mascota, se presentaron con las autoridades, la mayoría de ellos
terminaron yéndose de aquí, la mayoría se fue a Estados Unidos no por lo que
sucedió, sencillamente para tener una forma mejor de vida, Paulino se fue a su
rancho a seguir haciendo su vida de ranchero, vestía de calzón de manta, un
cotoncito también del mismo material y sus huaraches de tres agujeros. Al poco tiempo vino gente del gobierno de la
ciudad de México hablaron con él y se lo llevaron, le dijeron que no se
preocupara no le iba a pasar nada, pero que el secretario de la defensa
nacional quería hablar con él. Llegaron allá, lo calzaron, lo vistieron, le
dieron el grado de general, le dijeron que hombres así como él necesitaba el
país le ofrecieron trabajo en esa secretaría y se llevara a la familia a vivir
en el Distrito Federal. Se sentía muy raro e incómodo, entonces les dijo que lo
dejaran ir con su familia, estarían preocupados, hablaría con su esposa y sus
hijos, pero lo que quería era que lo dejaran regresar, los convenció, pero
sabía para sus adentros que no regresaría. Pasó un tiempo y en México, al ver
que no regresaba, vinieron por él, les dijo: miren déjenme aquí, aquí vivo
feliz con mi familia, yo soy ranchero, si luché fue por necesidad, pero a mí no
me gusta pelear, me gusta trabajar la tierra y cuidar de mis animalitos. Bueno,
entonces le vamos a traer una buena remesa de armas para que se defienda por si
decide regresar el enemigo, solamente le vamos a pedir que forme un grupo que
estén decididos a defender la tierra, que no sean bravucones ni sean viciosos.
Pasaron muchos años y terminó regalando las armas a sus amigos.
Roberto López